Al acercarnos por primera vez a la poesía y pintura de Moreno Villa veíamos que era un hombre bien intencionado, hábil, dotado de recursos, pero con una efectividad que no alcanzaba todo el sabor esperado o deseado. Algo quedaba que aportaba el mínimo necesario: su labor tenía, ante todo, importancia histórica. En él comenzaba la lírica moderna en la literatura española; gracias a él pudo mantenerse en nuestro país una ansiada modernidad en las artes plásticas: él fue el prototipo de intelectual que hizo brillar la España de los primeros treinta años de este siglo. Y, poco a poco, como si su obra acogiera la timidez que caracterizaba a su persona y quisiera desembarazarse de ella, se nos fue apareciendo una esencia positiva y perdurable que nos liberaba del susto que las palabras de Pound nos proporcionaban.