En los años de transición de la Edad Media a la Moderna se asiste en la sociedad urbana malagueña al desarrollo, si bien aún no llamativo, de una nueva mentalidad que empieza a valorar la instrucción teórica por distintas razones. En unos casos, porque se carece de unos conocimientos imprescindibles para llevar las cuentas de un negocio familiar cuya gestión, cada vez más compleja, exige saber leer, escribir y contar; en otros casos, porque el acceso a tales conocimientos augura un mejor futuro para los hijos, que pueden promocionarse socialmente accediendo a puestos de trabajo mejor remunerados. Y en unos casos y otros, la clientela urbana demanda una instrucción teórica que tenga una aplicación práctica, es decir, que el pupilo aprenda a leer y escribir en lengua vernácula -y a veces en latín-, sin obviar unos conocimientos elementales de contabilidad. pero en la sociedad de la época el sistema patriarcal definía y valoraba la educación e instrucción de los hijos y de las hijas de manera genérica y de acuerdo con los espacios adjudicados a uno u otro sexo. Es por ello por lo que la lectura, y más aún la escritura, no constituían un capítulo imprescindible en la educación e instrucción de las niñas, que se limitaba en muchos casos a una formación religiosa adecuada y al aprendizaje de una serie de habilidades propias del ama de casa y necesarias para su futura función de esposas y madres.